Publicaciones
Por: Ryan Hillblad
21 de octubre de 2023
Terminado el tiempo de encuestas, análisis de politólogos y consultores, queda solamente en el aire la siguiente pregunta: ¿Quién ganará las próximas elecciones presidenciales en Argentina?. Para entender nuestro presente debemos mirar hacia atrás, porque si bien la historia no se repite nunca, nuestra realidad es producto de fuerzas históricas que nos hacen quienes somos hoy.
Cual cuento de Jorge Luis Borges, Argentina exhibe una recurrente tendencia a repetir su historia en ciclos periódicos. Dos constantes han sido determinantes en nuestro pasado, por lo menos desde comienzos del siglo XX. En primer lugar, la esperanza de que un líder providencial, elegido e iluminado, es frecuentemente necesario para tomar las riendas del país en tiempos de crisis y llevarlo a la su pretendida grandeza. Segundo, la recurrente incapacidad de terminar períodos de hegemonías políticas y económicas de maneras no traumáticas.
En 2023, el candidato que la mayoría de encuestadoras y analistas ubican como favorito, es un personaje disruptivo en lo personal y en lo ideológico, que propone soluciones sencillas a problemas complejos. Javier Milei personifica una larga tradición mesiánica en la Argentina, en donde los líderes políticos son valorados por sus cualidades personales, centralmente su carisma. Menos consideradas son cualidades un tanto etéreas y difíciles de comprender para muchos, como la gobernabilidad, la responsabilidad o la experiencia.
Tomando la primera tendencia histórica de líderes personalistas, a comienzos del siglo XX, Hipólito Yrigoyen fue una figura de culto que dominó la política local de 1916 a 1930, personificando la nueva democracia plena luego del período conservador. En los años 1940, fue el turno de Juan Domingo Peron, quien construyó en base a su liderazgo una salida al régimen político económico de las décadas previas. En los años 1960, sobre el final del gobierno de Arturo Illia, un prestigioso diario publicaba editoriales con el título "el mesías que el país espera" haciendo referencia al general Juan Carlos Onganía y su luego autoproclamada "Revolución Argentina".
En 1973, la salida para descomprimir el colapso de la dictadura fue el retorno supuestamente salvador de Perón en el exilio. Más tarde, en 1976, una gran parte de la población avaló directa o indirectamente el derrocamiento de Isabel Perón en medio de un clima de creciente radicalización y violencia política. Terminada la dictadura, las pasiones argentinas parecieron encauzarse brevemente en un proyecto colectivo en derredor de Raul Alfonsin y la causa de la democracia como fuente de prosperidad. Lamentablemente el manejo económico dejó trunca esa construcción. Luego, el personalismo de Carlos Menem destronó al establishment partidario del peronismo y llegó al poder prometiendo un "salariazo" y la "revolución productiva". Para comienzos de la década del 2000, el matrimonio Kirchner no llegó al poder alzado en el fervor popular, pero, construyeron su legitimidad en el poder en base a una prédica personalista y refundacional de la nación, la patria "nacional y popular".
En segundo lugar, Argentina ha sido incapaz de salir de ciclos político-económicos de forma ordenada. El fin del modelo agro-exportador liberal en 1929, no vino acompañado de reformas graduales y un acuerdo político, sino del primer golpe militar de nuestra historia. El estado peronista, interventor y redistribucionista, construyó una hegemonía política sólida durante una década, para luego terminar siendo derrocado por la "Revolución Libertadora". Luego, el período 1955-1976 fue un "empate hegemónico", como fue definido por Guillermo O'Donnel, frente a la incapacidad de construcción de una hegemonía político-económica duradera. Este tiempo estuvo caracterizado por la inestabilidad y la violencia política. La salida de este "empate", fue la peor y más sangrienta dictadura de la historia nacional. El régimen militar por su parte, llevó adelante un cambio de régimen a favor de una liberalización económica irrestricta y un abandono de la Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI). Intento que concluyó a su vez con la Guerra de Malvinas y el colapso del régimen.
Terminado el tiempo de los golpes de estado como forma de dar por concluidos experimentos de construcción de poder, llevados a cabo por el denominado partido militar y sus asociados, el país pasó a marcar sus fines de ciclo con severas crisis económicas. El intento de construir una hegemonía democrática y republicana del radicalismo terminó en una hiperinflación en 1989. Luego, llegó la estabilidad de la convertibilidad con un régimen neoliberal y de desregulación con el presidente Menem, modelo que implosionó con una brutalidad cinematográfica en la crisis del 2001.
Desde el 2003 hasta hoy, ha dominado una hegemonía política económica de izquierda y centro izquierda, basada en una lógica de un estado amplio y supuestamente presente en la vida de la población. Un régimen político-económico que se mantuvo en dos administraciones distintas, variando en sus formas pero no demasiado en sus contenidos. Llegando a 2023, los resultados son valores de inflación no vistos en 30 años, que pueden terminar en un 180% anual, 40% de pobreza, un enorme déficit fiscal, reservas negativas en el Banco Central y grandes vencimientos de deuda externa pendientes. Todo parece indicar un fin de ciclo.
Con un régimen económico-político agonizante, parecen cruzarse dos tendencias profundas en el país. Frente a las grandes crisis, dirigentes providenciales, la mayoría de ellos pocos conocidos hasta el momento, surgen de la sociedad con un mensaje personalista con la promesa de tener una solución mágica a sus problemas. Lo novedoso es que en este caso, el personaje surgido, está haciendo todo lo posible para que una posible crisis se precipite y en sus palabras: "que explote todo". Esa voluntad pirómana y autodestructiva, sin que nos demos cuenta, está hablando a la conciencia histórica del pueblo argentino.
El país ha atravesado severas crisis, siempre traumáticas, pero una vez concluidas han tenido lugar períodos cortos pero intensos de mucho crecimiento económico. Cabe recordar el crecimiento económico de los primeros años de Peron, la "plata dulce" en el comienzo de la dictadura, la estabilidad sin inflación de la convertibilidad, o los primeros años de bonanza del matrimonio Kirchner. El problema ha sido siempre consolidar el crecimiento en el tiempo, y en caso de haber un límite en el modelo de desarrollo, manejar las crisis de forma ordenada y no traumática. De esta forma un segmento de la población imagina la posible bonanza que siga a la tierra arrasada.
Las elecciones presidenciales siempre son la oportunidad de un cambio. Agotados los golpes militares, el sistema democrático garantiza la posibilidad de transiciones ordenadas entre nuevas administraciones. Pero, frente al colapso del sistema imperante hace dos décadas, Argentina puede transitar una crisis traumática peor a las demás. En este final de ciclo, ya se advierten los contornos de lo que viene. Los discursos de los tres principales candidatos, con matices, realzan la importancia del sector privado, la necesidad de la eliminación del déficit fiscal, y una desregulación en ciertos sectores económicos.Por tanto, la pregunta no es cómo será el próximo ciclo económico-político, sino, más bien, si el país es capaz de realizar ese viaje de forma ordenada.
Javier Milei parece estar encarnando la voluntad de cambio de una parte importante de la población. Una figura mesiánica que viene a salvar el país junto a sus "fuerzas del cielo". Su voluntad por el caos y la construcción en base a las cenizas, recuerda desgraciadamente a episodios trágicos de nuestra historia. La atracción morbosa por la crisis puede ser muy grande para muchos, demasiado frustrados y decepcionados con la política. Sin embargo, aún hay esperanza de que el futuro no termine con un nuevo mesías y un estallido. Hay una opción de cambio responsable, moderado y ordenado que aún puede ganar. Este domingo, Argentina se enfrenta, quizás sin saberlo, a las fuerzas profundas de nuestra historia. Pero, como toda buena historia, en el último capítulo, todo puede cambiar.
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.